Saturday, May 06, 2006

Los ensamblajes de Viteri

Oswaldo Viteri (Ambato, 1931) pertenece a la misma generación y sobre todo ha explorado ideas similares a las de su compatriota Enrique Tábara, de los artistas peruanos Fernando de Szyszlo y Jorge Eduardo Eielson, la boliviana Maria Luisa Pacheco, y el chileno Ricardo Yrarrázaval.

Parte de su obra, concretamente la serie de los ensamblajes que emprendió en 1968, en alguna medida puede ser incluida en la corriente artística latinoamericana llamada Ancestralismo. Esta tendencia, circunscrita en realidad a los países andinos, transpone las raíces prehispánicas y las integra en un lenguaje plástico occidental moderno: por ello se la suele considerar como un arte mestizo.

El Ancestralismo fue una alternativa interesante en los año 1970-1980, una respuesta plástica y estética a la crítica occidental, que tendía a considerar el arte de América latina como artesanía, exotismo o como simple copia de lo que se hacía en Europa o Estados Unidos. La critica de arte argentina, Marta Traba, vio en esa propuesta un compromiso entre un arte universal o internacional y un arte local, propio. Traba habla de un arte con “alcance universal”. Alternativa plástica que corresponde a lo que ella llama “arte de resistencia”.


Los pinceles de Viteri son los de un artista del Arte Povera pues utiliza yute, arpillera, tierra, etc. A esto añade fragmentos de tejidos y objetos populares llenos de significados que ya tienen una historia, que poseen un patrimonio y que él manipula con destreza de titiritero. Es parco, recurre a pocas palabras, pero su vocabulario es denso, tiene un espesor: con sus palabras táctiles evoca olores, silencio, amor, formas, vacío, blando, duro, lleno, temor, fiesta.

Los muñecos de tejido, esos personajes de trapo, muchas veces sin identificación, en multitud o solitario, marcan el paso, dan ritmo a unas bandas de tela de yute, a unas manchas de colores que son una montaña, el cielo, una escena de teatro, siempre un escenario para sus principales protagonistas. En las composiciones, lo puramente pictórico alterna con el objeto, lo cual es integrado plásticamente en la superficie. El muñeco actúa como elemento plástico, tal y como si fuera pigmento, arena o trazo, pero no pierde nunca su contextura. Todavía existe la ilusión de la tercera dimensión: pedazos de realidad y ficción conviven para formar estos objetos atmosféricos. Algunos ensamblajes nos sumen, nos bañan en las atmósferas vibrantes de un Giorgione o un Titiano.

En varios ensamblajes, el artista añade una dimensión religiosa con las casullas; en palabra del artista, el Sol y la Cruz son “elementos superiores de [sus] búsquedas y tribulaciones”.

La palabra participa de la obra, añade un color, abunda en la densidad de sentidos: basta citar algunos títulos “Corazón de tierra humedecida”, “Navegante del silencio”, “Coro negro de voces blancas”, “De tus azules aromas me levanto”.

La única manera de apreciar uno de estos objetos es verlos físicamente, estar allí, hundir su cuerpo en ese concierto de materia. Una reproducción es siempre un sucedáneo, no permite una tal experiencia, aplasta el contenido. Mucho más en este caso. El artista nos convoca y nos invita: somos un muñeco más en su universo, él maneja los hilos. A nosotros de tejer con las huellas y los retazos, de recomponer otro mundo.

Me vi candidata por un momento y decidí irme en el barco de la luna con el navegante del silencio…

Datos útiles para el viaje: Centro Cultural de la Católica, Quito. Hasta el 15 de mayo. Consultar la página Web del artista: http://www.viteri.com.ec/

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